Sentado en el medio de la plaza, frente a la catedral de Salta me pregunto que escribir para inaugurar el blog, el Facebook. Mate de lado, colegiales por doquier, Carola en el museo. Bocinazos allá a lo lejos.
Estamos en Salta,
nuestra primera parada. En la casa del chueco y la flaca que están formando un
hermoso hogar con mucho esfuerzo y nos cedieron un lugarcito, de su tiempo y
de su espacio. Todo marcha de maravillas hasta ahora. La rusa funciona perfecto
digamos. Durante el camino nos fuimos descubriendo, conociendo. A nuestro rayo
naranja no le gusta ir muy fuerte, a medida que aumentamos la velocidad aumenta
con ella la temperatura, asi que como no estamos muy apurados decidimos ir
lento pero parejo para que los relojes de la rusita no se desorbiten.
Polleras y calzas
pasan desfilando y los muchachos se inspiran en piropos poco dignos para el
espectáculo que pasa gratuitamente. No
sé porque caigo en el detalle que en estos pocos días ya celebramos nuestros
primeros mil kilómetros, mil cincuenta y siete para ser exactos. Felices
estamos, muy. Carola es pura alegría. En la ruta, de copiloto o al volante fue
saludando a cada camionero o persona que cruzamos por el camino regalándole, a
cada uno, una sonrisa gigante como la que ella esboza cuando está súper feliz.
La mitad devolvía el saludo, la mitad se lo guardaba. A ella mucho no le
importaba estos porcentajes y seguía saludando. Su mano al viento se meneaba
como si fuera una reina saludando desde un descapotable. Es una reina. Esta
maravillada con la cara de la gente cuando ven venir la rusa con sus banderas,
hay que filmarlo, hay que filmarlo dice. La cara de los policías o de los
gendarmes mostrando su parte más humana es la que más le enloquece. Es feliz, al
menos así me lo demuestra a cada kilómetro.
Cada día nos
preguntamos cómo nos sentimos, como la estamos pasando, si ya caímos que todo
esto empezó, todo lo que soñábamos y estamos concretando de a poquito. Yo le
cuento que caigo todos los días de a cuenta gotas, como que lo estoy digiriendo
todavía. El otro día, en nuestra primer noche, sobre la rusita mirando las
estrellas, me preguntó como me sentía. Pensé unos segundos. Me bastó con eso.
Me siento muy fuerte le dije. Como He-man
(no me acuerdo si se escribe así), como IronMan.
Muy fuerte. Como si cada uno de los hermosos abrazos que me brindaron mis
amigos, mis hermanos, mis viejos, mi gente me hubiera revitalizado de buena
energía. Mirá, le dije, y señalé mi pecho expandido lleno de una mezcla de
orgullo, tranquilidad y satisfacción por sentir que lo que estamos haciendo, es
lo que nos hace felices, lo que siempre soñamos.
Un contingente de jubilados cruza a paso cansino frente mío. Me estudian si les estiro la mano para ofrecerles un mate. Le ofrezco a una viejita con cara de piola y me lo acepta. Amargo me dice. Claro ¿hay otra forma? le devuelvo con una sonrisa. Toma, sonríe y se va con su canoso compañero que lleva la camarita colgada al cuello. Se van de la mano, como enamorados. Los veo y me hace acordar en toda la gente que nos ayudó - de las cuáles no voy a escribir sus nombres. Ellos saben- y estamos infinitamente agradecidos. A cada kilómetro, minuto, segundo nos acordamos de todos. Y no es una frase hecha eso de que están viajando con nosotros, realmente están viajando con nosotros, están acá en el recuerdo de una anécdota, un consejo, de uno de los tantos abrazos llenos de energía que nos fueron regalando. Los amamos a todos. Como no conseguir un colectivo, una nave inter-espacial y cargarlos a todos!
Hace calor y la gente se agolpa en la heladería en busca de un helado que refresque. El sol se está ocultando con un tono naranja furioso similar al de nuestra rusa. Nos queda una horita de estacionamiento, al menos eso nos dijo el naranjita (acá son amarillos!),“hasta las ocho me hago responsable de lo que llevan arriba”.Carola sale del museo hipnotizada con todo lo que vió, acaba de ver a una de las momias encontradas en el cerro Llullaillaco en Salta, lugar de donde nunca tendrían que haber salido. Le cebo un matecito calentito y disfrutamos de los últimos rayitos del señor sol mientras compartimos la última medialuna que queda.
Cheché
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