domingo, 20 de abril de 2014

La imperdible Bagna Cauda. Quito, Ecuador

Estamos en Ecuador en estos días, exactamente en Quito. Lejos de nuestro país y de nuestras afectos, decidimos acercarnos de alguna manera, como siempre lo hacemos en todos los detalles que incorporamos a nuestro viaje. Estamos antojados y queremos comer “a lo argentino” en estas fechas, el viernes de pascua. La típica bagna cauda de casi todas las familias de la pampa gringa argentina. Al menos en las nuestras es infaltable esta rica comida, traída de los italianos. La idea como siempre, más que comer, es una excusa linda para juntarse en familia…

Nos hicimos la bagna cauda acá en el departamento donde estamos parando, en donde Stella y Luciana ya nos tratan como de la familia. Cheché prepara las verduras hervidas y va haciendo la crema con anchoas, mientras yo espero que se conecte mi familia al skype. En pocos minutos el olor a crema invade la cocina. Los veo a todos por la camarita, saludamos y empezamos a hablar como si no hubiera distancia física y estuviéramos todos ahí al lado conversando, en la casa de mi hermana Luciana. Extendemos la charla y nos despedimos porque está lista la bagna cauda y queremos comerla calentita.

Vamos a la mesa, empezamos a probar las verduras en la crema…es una exquisitez. Lo miro a Cheché y le cuento, que mi amiga Vicky Falasconi y su familia siempre comen panzada de bagna cauda, religiosamente todos los años. En su casa, en la de su papá, donde sea como sea, siempre se juntan en esta fecha. Los imagino a todos reunidos hoy, compartiendo y disfrutando “en lo de los Fala”.

                                         
Le escribo a Vicky un mensaje, diciéndole que mejor bagna cauda que la de ella no hay, pero que acá estamos comiendo una. Me responde: “qué bueno Carito…Sí, aguante la bagna en casa”. Y agrega…“Nosotros comemos en casa, a lo exagerado como siempre”. Nos cuenta que fue Oscar, su papá y que ya lo convenció para que vuelva a ir el domingo a su casa a compartir la Pascua. Y nos describe algunos detalles más, que da pie a Cheché a escribir este hermoso relato…que nos pareció lindo compartirlo con Vicky y en nuestras experiencias del viaje. Porque por más insignificante que parezca un hecho, ese pequeño detalle de todos los días, hace valiosa e importante la vida…

                                       
Carola.

Acá va el escrito….


Él sabe que lo esperan. Toma su bicicleta castigada. Se acuerda que hace días tiene que engrasar esa añejada cadena. Piensa por unos segundos en hacerlo pero termina por concluir que si lo hiciera no llegaría a tiempo al encuentro con su hija, además de que no podría darse el placer (por la grasa de sus manos) de comer esa riquísima bagna cauda con la manos. 

Va hacia el patio y corta con mucho esmero y delicadeza las mejores hojas de la acelga más cuidada que tiene, esa que sólo guarda para los momentos como éste, los momentos con la familia. Llena una bolsa de acelga mientras duda en ir en busca de una segunda. Quizás haya más comensales y la cantidad no alcance. Busca dentro de la alacena en donde guarda algunas de las muchas bolsas que, exageradamente, le ofrece su almacenera amiga cuando va en busca de algún vívere. Vuelve en busca de otra plantita de acelga que esté a la altura de las circunstancias. Encuentra una contra la pared, esa que estaba escondida detrás de la maleza tiene buena pinta.

El agua está en su punto justo, ya está lista para cocinar la tierna acelga que acaba de lavar y cortar con tanto cariño. Mientras se cocina la verdura va armando su lista para el almacén sobre un ticket abollado que encontró en la mesa del comedor. Anota un vino, una gaseosa y pan. Todo para compartir. Pone en la bolsa de los mandados el envase de vidrio para la gaseosa de sus nietas y la coloca sobre el canasto de la bicicleta. Va al baño, se mira al espejo y piensa en afeitarse cuando escucha que el agua de la olla rebalsó y apagó la hornalla de la cocina. Vuelve la perilla para que evitar que siga saliendo gas y descubre que sus acelgas ya están listas.

Habla por teléfono con su hija para avisarle que en media hora está en su casa. Que va a pasar por el almacén de la Susana a buscar unas cositas y que ya va para allá.

Busca un abrigo en el ropero para la vuelta. A la tardecita la ciudad se pone fría y por más que uno pedalee fuerte el frío se siente. 

Ya tiene todo listo. Las acelgas hervidas y cortadas en el tupper, la lista del almacén, su abrigo y las ganas de compartir un día en familia.

Saca la bicicleta hacia la calle. La coloca apoyada en el cordón con el pedal y vuelve hacia la casa a echarle llave. A escasos centímetros de la puerta recuerda que se olvidó el broche para su pantalón. No vaya a ser cosa que se le vaya a enredar con la cadena y luego llegue impresentable al encuentro. Va corriendo hacia al patio, agarra unos de esos broches de madera nuevos que compró el otro día a un vendedor ambulante con el que se quedó charlando como una hora. Vuelve triunfante hacia la bicicleta con su broche ya colocado en el extremo del pantalón. 

Algunas nubes amenazan agua, mientras se sube cuidadosamente a su transporte. Hace años que decidió manejarse de esta manera cuando va de visita. Ya no permite que lo vengan a buscar para no molestar a su hija que ya demasiadas obligaciones tiene. Él lo entiende así y cree que es lo mejor. Aparte hace ejercicio y ayuda a la circulación. Es lo que le dijo el médico al menos.

Hace unas cuadras y toma el bulevar para llegar al almacén de la Susana. Tiene miedo que a esta hora esté cerrado. Es el mediodía y, como es feriado, calcula que ya la dueña se fue a su casa a almorzar. Llega al lugar y encuentra la puerta abierta esperándolo para que haga las compras.

Apenas ingresa saluda. “¡hola Susi! Buen día”. Delante de él hay dos personas más que se dan vuelta para mirarlo. Lo saludan con la cabeza. “Hola Oscar, buen día. ¿Cómo le va?” responde Susana afectuosamente. Mientras espera su turno, Oscar piensa en sus hijos, en sus nietos, en las ganas que tiene de verlos, en lo rápido que crecieron y en qué gaseosa va a llevar para compartir. La almacenera lo arrebata cuando esta en sus pensamientos. “¿Qué vas a llevar Oscarcito?”. A puro reflejo saca de su bolsa de los mandados el envase de vidrio de la gaseosa cola más conocida del mundo. A la vez que la almacenera busca la coca cola, Oscar abre la heladera exhibidora y toma también una caja de vino y una gaseosa sabor tutti frutti. “¿son buenas estas Susi?”. Desde abajo del mostrador, agachada buscando la gaseosa cola ella le responde, “Sí, sí. Todo el tiempo la llevan. Me dijeron que son muy ricas, muy ricas me dijeron que eran”. Oscar convencido suma a su lista esta gaseosa de envase descartable. Justo aprovecha la última varilla de pan que le queda a la almacenera y concluye su compra. Extiende la libreta para que ella anote el monto debido. Todos los primero de mes, Oscar se llega al almacén a cancelar su deuda con Susana. Este universo todavía se da en estos almacenes de barrio en donde confianza hay de sobra.

Feliz como un chico por haber encontrado el almacén abierto, Oscar sube a su bicicleta. Aún le quedan como veinte cuadras para llegar a lo de su hija. Va disfrutando el día otoñal que hace. La brisa le acaricia la cara mientras va evitando los baches que los políticos prometen una y otra vez arreglar. La ciudad se viste de feriado y los comercios en su mayoría están cerrados, solo algunas rotiserías se muestran abiertas. 

El sol se deja ver por primera vez en el día y unos rayos inundan la cara de Oscar cuando golpea la puerta de su hija. Después de unos segundos su hija sale, lo abraza, le estampa un beso en la mejilla y lo invita a pasar. “traje unas cositas hija” dice, mientras se siente, al menos por unos minutos, el hombre más feliz del mundo. 

Cheché.

(A la vuelta queremos tomarnos un vino con Oscar, salir a reconocer y juntar hongos al campo con él. ¡¡¡Gran personaje!!!)

1 comentario:

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